Quinientas páginas, cien autores y 30 pueblos indígenas relevados en menos de dos meses. Son los números que grafican un completo informe que acaba de darse a conocer por parte de grupos de investigación en antropología del CONICET y universidades nacionales de todo el país. El trabajo se desprende del relevamiento del impacto de la medida social de aislamiento que el gobierno nacional solicitó a la Unidad Coronavirus Covid-19 a mediados de marzo pasado y que revela la realidad de las comunidades aborígenes que habitan el suelo argentino en medio de una invisibilización histórica y reclamos territoriales, lingüísticos y culturales sostenidos, en algunos casos, desde hace más de un siglo.
“Los lineamientos bajo los cuales se pensó el documento eran expresos: queríamos aclarar que no son sectores vulnerables, sino pueblos cuyos derechos han sido sistemáticamente vulnerados; y tampoco se trata solamente de víctimas: son personas que tienen la capacidad de pensar, soñar y organizarse, y eso les permite seguir existiendo a pesar de todo lo padecido”, relata Liliana Tamagno, investigadora del CONICET actualmente jubilada y directora del Laboratorio de Investigaciones en Antropología Social de la Universidad Nacional de La Plata (LIAS, UNLP). Sus integrantes fueron invitados a participar por un equipo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) liderado por el investigador del CONICET Sebastián Valverde apenas la idea del informe empezaba a cobrar vida.
Sorprendida por el grado de adhesión y concordancia que evidencian los aportes vertidos en el informe por cada grupo participante, Tamagno admite que al principio sintió cierta desconfianza en el éxito que pudiera tener un proyecto con tantos autores. “Son docentes, investigadores y becarios que se acercaron porque querían sumar el resultado de años de estudios. El producto es lo que nosotros entendemos como una construcción colectiva de conocimiento junto con los pueblos indígenas, con quienes hemos realizado trabajo de campo durante décadas”, repasa la especialista, y agrega: “Un texto de esta extensión escrito colaborativamente entre cien personas excede lo que indican los protocolos académicos, como por ejemplo podría encontrarse en un volumen firmado por una o dos personas, o en una recopilación de capítulos individuales”.
Titulado “Informe ampliado: efectos socioeconómicos y culturales de la pandemia COVID-19 y del aislamiento social, preventivo y obligatorio en los Pueblos Indígenas en Argentina. Segunda etapa, junio 2020”, el trabajo incluye registros de comunidades que habitan las regiones Metropolitana, Pampeana, Noroeste, Noreste, Cuyo y Patagonia. La dinámica se basó en comunicaciones constantes a través de conversaciones telefónicas, redes sociales, la aplicación WhatsApp y videollamadas con los referentes de cada pueblo para hacer un seguimiento de la cotidianidad en el contexto de pandemia en cuanto a problemáticas de ambiente y salud, alimentación, y acceso a la educación, información y justicia. En todos los casos se describen situaciones de necesidad, especialmente de agua potable y elementos de higiene, dificultades económicas por la imposibilidad de salir a trabajar, y deserción escolar.
“Esta segunda parte no es un mero diagnóstico, sino que es un trabajo propositivo en el que se brindan recomendaciones y líneas de acción concretas para proceder ante este acontecimiento del COVID-19 que, insistimos, viene a profundizar muchas desigualdades que existían previamente, así como la criminalización y estigmatización histórica que sufren por su condición sociocultural”, explica Sofía Silva, becaria de la UNLP e integrante del LIAS. Cabe destacar que el laboratorio tiene una trayectoria de más de 30 años de investigación en el tema, principalmente en torno a las comunidades qom que hay en La Plata. “Como son poblaciones migrantes, en general de larga data, tenemos vínculo con los grupos locales pero siempre en conexión con otros puntos del país y de naciones limítrofes, dependiendo del caso. Se trata de observar y pensar las maneras en que fueron habitando la periferia de la ciudad sin perder el lazo constante con sus lugares de origen”, expresa.
Para las autoras hay dos cuestiones fundamentales que quedan plasmadas a lo largo de todo el informe. “En primer lugar, cuán fuerte impacta el COVID-19 en los pueblos indígenas, las dificultades que atraviesan y los modos en que la crisis contribuye a ponerlas de relieve. Esto obliga a revisar trabajos antropológicos que se centran en la cultura pero no tienen en cuenta las desigualdades sociales y de clase, cuando en realidad son aspectos imprescindibles”, señala Tamagno, y añade: “Se habla de la necesidad de tener una educación bilingüe o una salud intercultural tal cual lo dispone la legislación, pero son prácticas difíciles de llevar a cabo, cuando no imposibles. La interculturalidad por la que tanto se brega solo va a ser posible cuando se reviertan las inequidades. Es el único modo ya que, si los medios o dispositivos de comunicación son limitados, si no hay conectividad, si los maestros no tienen posibilidades de capacitarse, ¿cómo se va a lograr un proceso de interacción y diálogo que implique a toda la sociedad?”.
El otro tema que aparece con claridad en el informe de comienzo a fin -coinciden las especialistas- es el del racismo. “Nos preguntamos por qué razón esta práctica, que la Organización de las Naciones Unidas (ONU) denuncia desde 1946, sigue presente”, apunta Tamagno, y reflexiona en consonancia con la teoría del antropólogo argentino radicado en México Eduardo Menéndez, que la ha definido como el modo de relación establecido por el capitalismo. “¿Cómo expropiar, explotar y hambrear al otro si no se lo supone inferior, si no se lo cosifica? Hay que entender la desigualdad como algo producido por el interés del gran capital que se hace realidad en los agronegocios, la minería y el megaturismo que avanzan depredando y violentando la naturaleza, la vida y los derechos de los pueblos indígenas, a quienes no se valora como al resto de los ciudadanos”, expresa.
Para finalizar, las especialistas destacan algo constitutivo de las comunidades originarias que retrata su identidad más profunda. Así, se refieren a las formas de organización y la reflexión sobre sí mismos que tienen sus integrantes. “Los pensamientos hacia el futuro, lo que quieren para ellos, sus hijos, nietos y la naturaleza. Ahí aparecen sus saberes y utopías, que siguen en pie a pesar de todas las expropiaciones, arrinconamientos y explotaciones sufridas. Ellos denuncian esas situaciones pero no como una mera queja; se puede ver en la manera en que lo asimilan y transmiten a sus jóvenes”, sintetizan ambas en alusión a un aspecto que no quieren dejar de mencionar: “Sin caer en una mirada romántica, subrayamos el sentido de lo colectivo y comunitario que tienen incorporado, tanto que no se puede contar con palabras. La solidaridad y la idea del dar y recibir atraviesa a los aborígenes de todas las regiones, resiste a la lógica de la acumulación en la que vivimos y los fortalece para seguir existiendo”.