El ex gobernador mendocino, Rodolfo Gabrielli, hoy presidente de Casa de Moneda, está definiendo los detalles de la emisión con el titular del Banco Central. Y lo que sería además un regreso de los personajes destacados a los billetes. Si bien la emisión depende del Central en su calidad de autoridad monetaria, es la Casa de la Moneda la que se encarga de la impresión. Es la que tiene “la maquinita”.

Según consigna Clarín, varias razones indicarían que hace falta un billete de $5.000 en este momento. Por empezar, las más cotidianas y tangibles: la erosión inflacionaria que deriva en menor poder adquisitivo del billete con el que antes se podía acceder a más bienes.

Juan Paolicchi, analista de Eco Go, lo pone en números: “Con la inflación del Indec hasta marzo y suponiendo que la de abril da 1,1% un billete de $1000 hoy te permite comprar bienes por $400 o sea, perdió un 60% de su valor. Esto es consistente con una inflación acumulada del 150% o sea que el índice de precios se multiplicó 2,5 veces”.

El 1 de diciembre de 2017, cuando entró en circulación el billete de $1.000, valía US$56. Si tomamos las dos cotizaciones a las que es más fácil acceder para un ahorrista, el solidario ($90) y el blue ($120), hoy vale US$11 y US$8,3, respectivamente. Si tomáramos el dólar mayorista ($ 67), US$ 15.

Si hacemos el mismo cálculo con el de $ 5.000, valdría US$ 55 medido en términos del dólar solidario (recuperando el valor en dólares al momento de su lanzamiento) y casi US$ 42 según el mercado informal.

“La dinámica inflacionaria lleva a que en tiempos de pandemia la gente demande mucho más efectivo por una cuestión precautoria”, explica Paolicchi. “No sabe cuándo va a poder ir al banco, si va a poder salir. La gente prefiere quedarse con el efectivo en el bolsillo para enfrentar comprar futuras, entonces tiende a sacar cada vez más y más billetes y los bancos tienen que reponer cada vez más seguido y eso genera un costo no sólo para las entidades sino para la Casa de la Moneda que tiene que imprimir esa plata”, resume.

Ahora, volviendo a la maquinita, no es tan fácil seguirle el ritmo a Pesce. La Casa de la Moneda no tiene suficiente papel y debe importar, algo que no es nuevo. Pero sí lo es esta circunstancia excepcional de la pandemia en la que todos los países están embarcados en un tsunami de emisión monetaria y necesitan imprimir sus propios billetes.

Por ahora, según los últimos datos disponibles el grueso de las nuevas impresiones están concentradas en los billetes de $ 1.000 y salvo por los de $ 20, en la masa de billetes en circulación son los únicos que vienen aumentando su peso.

Los banqueros también están en las filas de los defensores de la idea, ya que el transporte de caudales es uno de los costos más importantes que deben afrontar. “Genera costos innecesarios en recursos humanos, que desvían la atención de tareas más productivas y aumenta el costo de transporte. Además se terminarían los problemas de faltante de dinero en los cajeros automáticos en feriados largos por ejemplo, ya que aumentaría la capacidad de carga y sin ningún costo adicional por parte de los bancos”.

La idea no es nueva. Pesce ya la había lanzado al aire a fines del año pasado causando revuelo por el costo que tendría renovar la familia íntegra de billetes. Pero lo que no es nueva tampoco es la idea del bolsillo empobrecido.

Desde 1970 fuimos perdiendo en el camino 13 ceros en nuestra moneda. Y en los últimos 70 años, sólo en 14 tuvimos inflación menor a 10%. Los argentinos sabemos que no es a los billetes a los que hay que tenerles miedo.