EDITORIAL

Finalizando el verano la pandemia del Coronavirus Covid-19, en el otro extremo del planeta, parecía lejana y sorprendía día a día enseñando en múltiples aspectos las deficiencias de todas las sociedades sin distinción. Remotamente esa situación fue creciendo en el país hasta consolidarse en cada rincón, sin ser 30 de Agosto la excepción.

No significa que la crisis sanitaria sea responsable de todas las carencias del sistema global en el cual convivimos. Si ayudo a poder visibilizarlas, pero la gran mayoría viven con antelación.

Con el correr de las horas, la situación en la ciudad y en particular de miles de vecinos, genera un dilema que crece y no tiene respuesta ni mucho menos una voz que de esa respuesta necesaria. Si, hablamos de los cajeros automáticos.

Esas simples acciones, hoy no lo son, o si son un dilema de todos los días. No debe haber algo más tedioso que ir a uno de los dos únicos cajeros automáticos que hay en la ciudad treintense, ubicados en la sucursal del Banco de la Provincia de Buenos Aires.

Antes, vale recordar un poco de historia de pueblo que ayuda a repensar y, tal vez, interpretar el porqué del deterioro que se ha ido generando con el paso del tiempo en esta vorágine que se genera para simples acciones del sistema financiero.

Hubo una época en que el sistema financiero por estas tierras era gigantesco al actual. Un 30 de Agosto del año 1950 se inauguró la sucursal del Banco Provincia, que desde sus inicios se encuentra en el mismo lugar. Más adelante se sumó una sucursal del Banco Coopesur con casa central en Bahía Blanca; y ya en la década de los 80 se abrió una sede del Banco Edificador de Trenque Lauquen. Todas operaban a su esplendor.

Memoriosos recordarán como el sistema financiero local estaba en pleno apogeo. Tal vez el contexto socio-económico lo ameritaba. Hoy hay que conformarse con una sola entidad bancaria, dos cajeros automáticos y mucha paciencia.

Que se abra una sucursal de otro banco es una utopía. Bancas publicas hay una, si esta Provincia un milagro debería pasar para que esté presente Nación. Y con respecto al sector privado, los números seguramente mandan y no es rentable. Descartado.

Más allá de esa utopía, lo que hoy es queja recurrente en cualquier ámbito de comunicación entre vecinos es el malestar que se incorpora a la vida cuando se tiene que realizar una operación por alguno de los dos cajeros automáticos disponibles en la ciudad para más de seis mil personas.

No importa la hora, el día de la semana, si está soleado o llueve, si hace frío o hay ola de calor. La espera en la vereda de la calle Alem es un regalo que todos reciben pero nadie quiere aceptarlo.

Múltiples circunstancias suceden: o están fuera de servicio, o los billetes son de numeración baja y es engorroso repetir la transacción, o la operación no se puede realizar. Sea la circunstancia que sea, tomar paciencia, hacer fila y esperar.

Por cierto, no se puede obviar que la tecnología hoy en día facilita mucho cualquier actividad y el sistema financiero se ha sumado. A pesar de ello la sociedad sigue utilizando el servicio de los cajeros y por lo tanto merece un funcionamiento ágil, ya que el tiempo perdido no se recupera.

Tal vez la solución a este dilema debe propiciarla la misma entidad bancaria. Tal vez la opinión pública hace la fuerza suficiente para una respuesta anhelada. Tal vez los funcionarios políticos de turnos interceden para solucionarlo.

Tal vez algún día se solucione y se tomen cartas en el asunto, ya sea ahora o post pandemia. Pero en la actualidad visitar un cajero automático en 30 de Agosto es un dilema que enseña a hacer fila, esperar e incorporar paciencia.