Un lunes 18 de julio de 1994 fue uno de los días más tristes de la historia del país producto de un brutal ataque terrorista contra la comunidad judía. Ese día ocurrió el atentando contra la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), mediante la implosión de un coche bomba que dejó trágicamente como saldo 85 personas muertas y más de 300 heridos.

Quien hasta el día de hoy lo recuerda de manera especial es una vecina de 30 de Agosto, Gladys Racchi, que fue testigo de lo sucedido y salvo su vida por el tan solo hecho de haber pasado frente al edificio -blanco del ataque- minutos antes junto a su nieta, Jorgelina Amantegui.

Consultada por infotreinta.com, Gladys quien hoy tiene 82 años, brindo su testimonio y contó su impactante historia del mayor atentado que ha ocurrido en la Argentina.

La historia

Ella siempre viajaba a la Ciudad de Buenos Aires por dos razones particulares. La primera era visitar a uno de sus hijos, Beto, y la otra para realizar compras ya que hasta el día de hoy continúa con su librería y bazar. En ese viaje como se mencionó fue acompañada de Jorgelina, una de sus tantas nietas, que por esos días tenía apenas 12 años mientras que Gladys unos 57.

Esa mañana se levantaron temprano y Jorgelina, sabiendo que iban de compras, pidió salir a la mañana con el deseo de buscar ropa para ella mientras que Gladys quería salir por la tarde. Finalmente terminaron saliendo en las primeras horas del día.

Alojadas en el departamento de Beto, ubicado sobre la calle Uriburu, manzana continua y a menos de doscientos metros de la calle Pasteur al 633, lugar del suceso, salieron rumbo a realizar sus compras. Minutos antes de las 09.53 horas pasaron caminando frente al edificio de la AMIA, sin saber ni imaginar lo que minutos después ocurriría.

El edificio de la AMIA totalmente derrumbado tras el atentando del 18 de Julio de 1994.

Ya dentro de una juguetería a unas tres cuadras del lugar, escucharon una gran explosión que causó el temblor en todos los edificios en cercanías donde los presentes en sintonía exclamaron “¡uy! que temblor”, generando que todos salieran hacia la vereda para ver qué había sucedido. Sin ver nada desde ahí volvieron a entrar y siguieron con su plan.

Más tarde un llamado al local llegó de parte de Beto, diciendo que él estaba bien y preguntando si ellas estaban bien; a lo que la comunicación duró unos segundos con la responsable del lugar y se cortó sin poder hablar con Gladys. En la zona los servicios se cortaron, los celulares no abundaban y la comunicación al instante no era moneda corriente como lo es hoy.

Cerca de las 13.00 horas, sabiendo apenas de lo sucedido y camino de regreso se encontraron con la brutalidad en primera persona. Debieron enfrentarse a la seguridad en el lugar para poder entrar al departamento donde se hospedaban. Gladys contó que “esteban los vidrios todos rotos, parecía una guerra, la gente se acercaba a querer ayudar con baldes, hachas y martillos para sacar los escombros” y continuó diciendo que “tardamos una hora en llegar, no se podía pasar, ambulancias, bomberos y los policías revisando todo”.

Al llegar ahí Beto no estaba, se había ido a buscarlas en la desesperación “Beto había salido a buscarnos, no sabía si estábamos vivas o muertas” expresó, mientras que desde 30 de Agosto, Hugo y Mónica, los padres de Jorgelina llamaban a Beto para saber de su hija. El hermano de Mónica no respondía las llamadas, no tenía respuesta en el momento para dejarlos tranquilos.

El frente del lugar en la actualidad y un muro en homenaje a las víctimas.

Continuó diciendo que “cuando llegamos no había luz, no había agua, no había nada y estaba todo cerrado; también estaba la policía en los techos y la gente lloraba a gritos”, y que “del susto le erramos de piso, no daba con la llave y Jorja que era chica y no se daba cuenta de tanto pudo abrir”.

Cerca de las 14.00 horas su hijo regresó al departamento y se reencontraron los tres de nuevo, manifestando que “al rato apareció Beto con un susto sabiendo que de acá lo llamaban y sabiendo también la dirección donde estábamos; por suerte se pudo comunicar”. La tragedia había pasado y el dolor seguía latente, se podía observar desde el lugar en el que estaban: “en frente había una farmacia, los que estaban ahí no quedó uno vivo, a personas tardaron una semana en encontrarlas”. Durante el día no salieron del departamento y concluyó en que “para uno es como que vivió de nuevo”.

Aunque eso no fue todo. Sobre las 21.00 horas la policía desalojó toda la cuadra y los envió a una plaza que también se encontraba cerca. Había una amenaza de bomba en la sede de Aguas Argentinas, ubicada también a escasos metros. Al respecto contó que “pasaban los helicópteros alumbrando todo, te daba miedo porque no sabías que pasaba, te daba terror que puedan tirar otra bomba a media cuadra”. Finalmente a medianoche cesó el alerta y pudieron regresar.

Ya al otro día, siendo martes y en horas de la noche, Gladys y Jorgelina tomaron el micro de larga distancia y regresaron junto a esa vorágine cargada de dolor, tristeza y lamento. Aunque Gladys siempre volvía y pasaba por el lugar. “Soy muy creyente y Dios no quiso que nos pasara nada, y siempre que volvía a ir paraba a rezar por todas esas personas, fue muy injusto y no debe pasar otra vez” finalizó.